El churre fugitivo

18 Jul

Pedro tenía 12 años, estaba aburrido de la monotonía del campamento petrolero, observaba que los aviones iban y venían, pensaba que algún día podría partir en ellos y conocer nuevos lugares. Cuando avistaba aeronaves militares, se imaginaba tripulándolas. Si tuviera la edad requerida, sería el primer voluntario para enrolarse en la Aviación. Una noche de 1946,  contemplaba la inmensa luna, esa de la que todos hablaban en Paita.  Para él, la luna de Talara era mejor, mucho más radiante, redonda y luminosa.

A lo lejos escuchaba que su madre, Doña Petronila, lo llamaba, ya sabía que lo reprendería. Se le había hecho costumbre castigarlo.   Por «pata de perro» 1/ más de una vez, ella le pasó fuego por los pies, ni que decir de las cuerizas o latigazos por desobedecerla, llegar tarde o contestarle.   Escupía en la arena y le decía «Si se seca antes que llegues con el mandado, ya sabes lo que te toca…»  Pedro corría como alma que lleva el diablo, compraba en la tienda, se daba tiempo para que le regalaran unos dulces, emprendía la carrera de regreso y llegaba con el corazón en la boca. «Te salvaste hijito, no se secó«, le decía Doña Petronila blandiendo el cabresto 2/ con una mano y recibiendo con la otra los víveres.  Pedro tenía su mirada clavada en la arena, en una mezcla de asombro y satisfacción.  Años más tarde comprendería que  era imposible que cualquier líquido vertido en la arena, – con el intenso calor de la zona – no se evaporara al instante.

Ya no se divertía tanto jugando al trompo o a las bolitas, prefería el cine western y el fútbol.  Pedro era un defensa «machetero», es decir que pegaba o derribaba al rival si este osaba enfilar al arco. «Si pasa el jugador, se queda la pelota, pero ambos jamás…« era su regla de oro. Al estilo romano, los churres 3/ obtenían su balón de la vejiga del toro, la inflaban a pulmón y la envolvían en trapos.  Jugaban descalzos en la arena, así  fortalecían las piernas y requerían  mayor esfuerzo en los saltos. Quizás por eso los talareños darían al Perú, los mejores jugadores de fútbol. 

Su equipo preferido era el Club Sport Blondel, por eso asistía a las prácticas de los jugadores aurinegros.  El mejor jugador en ese entonces era Humberto «Flecos» Ruesta, extraordinario portero del Blondel, que ponía alma, corazón y vida en la defensa de su equipo, principalmente cuando se enfrentaba a su eterno rival, el Liberal Sportivo.  Pedro, era su hincha.

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El arquero Humberto «Flecos» Ruesta en plena acción (1949). En esa década Pedro no se perdía ningún partido local del Sport Blondel de Talara.

La monotonía, era sólo una percepción, porque los tiempos que le tocó vivir al niño en aquella ciudad, fueron de constantes acontecimientos: los aprestos de guerra por el conflicto con el Ecuador y luego la incursión militar.  Pedro y su hermano José Ceferino corrían al lado de  la tropa peruana victoriosa que ingresaba a Talara en jeeps y camiones, regalando inmensas frutas, proveniente de las cosechas norteñas.

En medio de la Segunda Guerra Mundial eran frecuentes los apagones en la ciudad y la prohibición de encender lámparas,  ante la amenaza de un ataque aéreo nipón, que ya había dado muestras de su osadia en el Pacífico al bombardear el puerto de Pearl Harbor (Hawai-EEUU).  Siendo Talara, un centro petrolero explotado por la empresa International Petroleum Company (IPC), el gobierno estadounidense construyó allí una base aérea para proteger el recurso y garantizar su abastecimiento.  El pequeño Pedro oía el ruido de las sirenas de alerta y los motores de los aviones caza norteamericanos P47 que despegaban de la base y sobrevolaban el litoral.

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Vista del Puerto de Talara en 1947. Estudio Hollywood Ramos, Talara, Perú

Ya al término de la contienda mundial, Talara se transformaría al desarrollo. Se construirían más de dos mil viviendas, oficinas, colegios, el mercado, iglesia, una zona comercial, la refinería y otro aeropuerto para la ciudad.

Aquella noche de verano de 1946, Pedro planearía su fuga de Talara, teniendo como objetivo embarcarse para Panamá o Estados Unidos a través del puerto de Cabo Blanco, a pocos kilómetros del lugar.  Dejaría a su familia, la escuela y la ocupación que, Don José, su padre, esperaba darle.  El mismo labraría su futuro trabajando en el extranjero.  Las películas, revistas y su interacción con los gringos de la compañía petrolera, influyeron en su decisión, ya que representaban el modelo del éxito social.  Además, otros amigos mayores con los que jugaba fútbol, ya habían partido de esa forma.

 Todo el mundo hablaba de la caleta de Cabo Blanco, de los millonarios y celebridades que arribaban a sus costas para pescar los peces más grandes del mundo.  Historias fabulosas acerca de la abundancia de especies en el mar, como el Merlín Negro, el Pez Espada, el Pez Vela, el Tiburón Mako y otros ejemplares, atrajo a muchos extranjeros, principalmente norteamericanos.

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Cabo Blanco a mediados del siglo XX, era el lugar preferido para la pesca deportiva. Las especies de mayor tamaño confluían en aquel lugar. Pedro intentaría llegar a esta caleta.

El plan de Pedro era sencillo: el transporte que distribuía fruta se detenia en el mercado de Talara.  Por la tarde, cuando los choferes estuvieran almorzando, subiría a un camión y se escondería debajo de los asientos de madera o entre los cajones de  fruta.  Al llegar a Cabo Blanco, ofrecería sus servicios a las embarcaciones extranjeras o viajaría como polizonte.

Así lo hizo, arrancó el camión con el churre fugitivo, pero no arribó a Cabo Blanco. Pasó de largo la caleta y continuó hasta Tumbes.  Pedro recordó que uno de sus amigos, usando el mismo plan, terminó en el mercado de La Parada en Lima. Error de cálculo y de camión.  Pedro pasaría sin preocupaciones varios días en Tumbes: dormía plácidamente en las bancas de la Plaza de Armas, jugaba en las tómbolas, donde encontraría a muchos talareños con quienes había jugado pelota. La comida no le faltaba, pues la fruta abundaba en el lugar. Jamás salió del país.

Mientras tanto en Talara, doña Petronila desesperada lloraba la pérdida de su hijo y emprendia la búsqueda. Don José Dolores avisó a todos los comerciantes que le brindaran cualquier tipo de ayuda si lo veìan. Su hermano mayor, José Ceferino que estudiaba en Piura, revisaria los vehículos que arribaban a la capital del departamento.

Pedro, después de casi quince días regresó a su casa. A las 5 de la mañana se metió debajo de su vivienda cuyo piso estaba elevado del suelo .  Esperó que saliera su padre a trabajar, luego sus hermanas Petronila, Josefina, Juana y Mercedes con dirección a la escuela, sólo quedaba  doña Petronila, en casa. Entró a su cuarto sigilosamente y se ocultó debajo de la cama.  A las 10 de la mañana saludó a su madre. esperando lo moliera a palos.  Ella casi se desmaya del susto y  emocionada lo abrazó, besó  y lloró amargamente por largo rato.

Nunca más sería castigado.

1/ La expresión «pata de perro» se aplica a la persona que le gusta andar en la calle de un lado a otro.

2/ «Cabresto» es un látigo para arrear las mulas.

3/ «Churre» es un regionalismo que significa niño o menor de edad.

Lima, 18 de julio de 2014

 

2 respuestas to “El churre fugitivo”

  1. Excelente. Felicitaciones!!!!

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    • Autor 08/01/2015 a 11:11 #

      Gracias Jaime, me alegra que te haya gustado la historia del churre. Saludos.

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